Me desperté sin aviso, sin la marea de bostezos, sin las lágrimas del sueño adormecida, sin calor, y los ojos casi se abrieron antes del propio despertar.
Noté la fría y rugosa madera del suelo, paseando los dedos por las líneas que separaban tablón a tablón; con los pequeños nudos como ombligos salpicados de voluptuosidad lijada, granulosa complacencia... El tiempo no preguntó, y el miedo ni siquiera apareció, extraño espacio de una extraña habitación; en la estela de su decisión mi cuerpo incorporó los relieves del caminar, y me dirigí hacia un redondo, amplio y perfecto ventanal. Se acomodaron mis ojos en el agujero ajeno, acariciando las pestañas, las puntas de las manos que ya se habían proclamado bandera del alfeizar y observé el paisaje, aunque seguí haciéndolo, no puede el olvido al instinto, a veces, me olvido también de esta verdad.
Si hubiera sonreído, no me hubiera extrañado, ese ángel de sonrisa octogenaria, sonreír aún más mientras su cuerpo se desdoblaba en un etéreo vestido de alma y humanidad, ingrávido o invirtiendo gravidez, succionado hacia un una cima que no logré atisbar...Mientras el carnicero, blandiendo un cuchillo por si tuviera que matar, describía circulos sobre el eje de su huraña mediocridad, y nada le succionaba, pesado, incrustado en la maceta de la maldad... ni saltando lograba volar... Reconocí a la dulce princesita del otro portal, apenas siete u ocho años, apenas los peros en su inocente bondad... Parecía una leyenda en el balanceo al empezarse a alzar; tremendo vuelo de pureza...me dijo adiós al pasar por delante de ese agujero donde inmóvil vivía el mirar... Y así caras blancas que subían por la invisible espiral, mezclando los blancos dientes en sonrisas de coral, almas puras, hojas verdes, suaves letras, guerras de paz... dejando en esta tierra el resto de la manchada humanidad...pesada carga de pequeñas y grandes maldades, de profundo y limitado respirar... Se quedó así la Tierra, una tierra nueva, con lo que quizás, dentro de mil años, podría volar... lloviendo hacia arriba, hacia la Paz de un celeste portal... Acomodé los ojos, en las cuencas de mi cara, una mueca, un esbozo, al darme cuenta de que yo no pude volar... que me toca andar en esta tierra para aprender a invertir gravedades y llegar a la verdadera gravedad, la que se alza sobre los muros de peros, lágrimas, maldades y mediocridad... Quizas cuando llegue la siguiente... cuando la lluvia se divierte goteando hacia el alar, pueda mi alma reconocer los caminos hacia aquél lugar, quizás entonces... haya aprendido a volar...
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